“Bonitos soles, ¿cómo está tu corazón?”, responden las Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia, cuando les envían mensajes para hacerles pedidos.
Son seis las que se encargan de sembrar amor para cosechar autonomía. Gris, Leti, Nena, Chío, Juanita y Lupita conforman este proyecto gastronómico autogestivo en el que venden tortillas, tlacoyos, gorditas, tamales, sopes, atole y postres de maíz.
Las unió la pandemia de COVID-19, pues perdieron su empleo como vendedoras de paletas en una cooperativa escolar. Las hermanan los campos de Milpa Alta, una de las 16 alcaldías de la Ciudad de México, y su cocina en Santa Ana Tlacotenco, uno de los 12 pueblos originarios de esta demarcación.
“Empezamos esto por la pandemia que se vino precisamente a principios de este año. Todas somos madres de familia, excepto Chío. El quedarse sin trabajo y sin dinero fue algo muy caótico, la verdad nos las veíamos muy duras”, menciona Gris, cuya especialidad son los tlacoyos, en entrevista con Reporte Índigo.
Se colocan frente a la mesa en la cual amasan el maíz azul, el comal donde calientan sus productos o el fogón que tiene leña y carbón para hacer los alimentos que rellenan los antojitos.
“También hacemos lo vegano, nos piden muchas personas que no comen carne. Con grasa vegetal o con manteca, con caldo de verduras, para todos los gustos, nos hemos acoplado a la gente”, dice Leti, la encargada de hacer las gorditas.
Las órdenes por Facebook, Instagram y WhatsApp se cierran el martes al medio día. Se entregan en las estaciones de las líneas 1, 2, 3 y 12 del Metro de 11:00 a 18:00 horas los miércoles y viernes.
“Yo soy la encargada de hacer el tamal de frijol, de nopal, el verde o rojo. Hacemos cualquier tipo de salsa, el chile va tostado, hervido, frito, como la pidan, depende de lo que a ustedes les guste. Nosotras la hacemos pero en molcajete, no es de esa que preparas en licuadora. Igual el atole de pinole, también se muele el maíz crudo o tostado”, cuenta Nena, quien preserva la receta tradicional del pueblo y sazona con hierba santa o epazote.
Cuando a Chío, quien es psicóloga, no le toca trabajar, también se dedica a realizar garnachas. Como fundadora de la red de hermandad comunitaria, se encarga de tomar pedidos y organizar las rutas de entrega.
Respetar la tierra
La colectiva busca recuperar la alimentación originaria y valorar el papel de las campesinas. Las seis integrantes invitan a repensar la alimentación sin explotación.
“Nos une mucho la tierra, saber que la podemos trabajar y gracias a ésta podemos ganarnos un sustento”, expresa Gris.
Ella y Leti son hermanas. Hace dos décadas llegaron de Puebla a la capital. Se casaron con dueños de terrenos y así pudieron poner en práctica los conocimientos agrícolas de su madre y abuelas, sus ancestras.
La emergencia sanitaria causada por el coronavirus les permitió que la comida que a veces hacían para su familia se convirtiera en una manera de obtener sus propios ingresos. Es elaborada a mano, 100 por ciento natural desde la cosecha hasta la entrega y con un ingrediente secreto.
“Tu estado de ánimo también representa lo que tú haces. A veces estamos, como hoy, muy contentas. Pero si no, te sale todo feo, sin sabor. Preparamos con mucho cariño y con ese cariño lo llevamos hasta donde lo consuman, ese sería el toque especial”, revela Leti.
Reivindicar la cocina, la misión de las Mujeres de la tierra
El taller de Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia está en una azotea. Ahí no sólo trabajan, también se libran de la violencia doméstica que aumentó en sus hogares por el confinamiento.
“A veces dices ‘ya quiero que llegue el día en que vamos a trabajar porque tengo que platicarle esto a mis compañeras, o quiero desahogarme con ellas de lo que pasó en mi casa’. No hay como que entre mujeres nos escuchemos, nos demos un buen consejo, un abrazo, que nos sintamos acompañadas”, asegura Nena, quien además cultiva nopal.
Todas conocen del temporal para la siembra, saben poner el nixtamal con agua y cal, van al molino y realizan tortillas. Asimismo, se ayudan a preparar ingredientes como los frijoles de la olla, las acelgas, espinacas, habas, papas, el chicharrón y el requesón.
“Nadie nos molesta, estamos aquí todas solitas, preparando con los niños. Frida y Bruno ya vivían aquí, nosotros venimos a invadir su espacio”, bromea Leti sobre la perrita y el periquito australiano color azul.
Casi todas las clientas son mujeres, quienes les han donado objetos como la mesa principal y libros para hacer un club de lectura.
“No todo es trabajo, a veces hay tiempo de leer un libro, de escuchar música, bailar cumbia, echar un poco de relajo”, sonríe Nena.
También han realizado rodadas ciclistas y trueques de saberes y conocimientos con otras colectivas.
“Estamos uniendo fuerzas de mujeres para que podamos ganarnos la vida tanto económicamente pero también para alimentarnos de información sobre la violencia y nuestros derechos”, refiere Gris.
“Lindas meztlis, muchas tlazocamatis”, se despiden las Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia. Utilizan palabras en náhuatl, pues Milpa Alta alberga a la comunidad indígena más importante de la Ciudad de México.