Sásabe, la última frontera
Sásabe, Sonora, es el último punto que tocan los migrantes que quieren cruzar a Estados Unidos por el desierto de Arizona, uno de los más hostiles de todo el mundo.
Es uno de los puntos controlados por el crimen organizado. Los migrantes están recluidos en casas donde deben esperar a que el traficante que contrataron los guíe por el desierto.
Sásabe, Sonora, es el último punto que tocan los migrantes que quieren cruzar a Estados Unidos por el desierto de Arizona, uno de los más hostiles de todo el mundo.
Es uno de los puntos controlados por el crimen organizado. Los migrantes están recluidos en casas donde deben esperar a que el traficante que contrataron los guíe por el desierto.
Entrar y salir de ahí tiene un precio. Solo por entrar al pueblo, los migrantes deben pagar 8 mil pesos; si tras varios intentos fallidos, se quiere regresar al lugar de origen, la cuota para abandonar El Sásabe es de otros 8 mil pesos.
Aparte se cuenta el pago por el pollero que los cruza, los alimentos o cualquier artículo necesario para sobrevivir mientras aguantan la espera.
Es un lugar masivo de secuestro de mexicanos y extranjeros –principalmente centroamericanos- que arriesgan todo para cruzar la frontera.
Además de las cuotas que se cobran por entrar, pasar o salir de Sásabe, en la zona operan también quienes hacen pasar a los migrantes cargados de droga, para así pagar su viaje; “los burreros”, como les llaman.
Es el último punto donde los migrantes mexicanos y de toda América Latina tocan tierra conocida. Frente a ellos, solo está el desierto mortal de Arizona que ha arrebatado la vida de al menos 6 mil personas en 15 años. Y más allá, mucho más allá, como un oasis muy borroso, está el sueño americano.
Del lado mexicano hay zonas que son inaccesibles para las propias autoridades: los grupos delincuenciales se han enseñoreado de las veredas y accesos al cruce hacia Estados Unidos.
El pueblo, donde viven alrededor de mil personas, está catalogado por las autoridades de Sonora como un punto rojo. La región fronteriza que existe entre Sásabe y Nogales -60 kilómetros al este- es considerada como un terreno inaccesible para las fuerzas del orden. Ahí es donde operan los grupos criminales.
Ni siquiera el Ejército que está destacamentado en la comunidad recorre esos espacios. Mucho menos los policías estatales o el Grupo Beta, que rescata migrantes.
A Sásabe hay que entrar de incógnito. “No digan que son periodistas, mejor digan que vienen de otro lado”, se nos aconseja. Unos minutos en el lugar bastan para que los “halcones” comiencen a notar y reportar la presencia de extraños.
La comunidad cambió hace 15 años, cuando la región de Altar se convirtió en el principal paso de migrantes indocumentados hacia la Unión Americana.
Empujados por la construcción del muro fronterizo en las zonas urbanas, los migrantes tuvieron que arriesgarse a pasar por el segundo desierto más mortífero para la vida humana, después del Sahara.
El Sásabe vive entre dos mundos. Uno, el de la comunidad de alrededor de mil habitantes, cuya economía sobrevive por los migrantes –vendiéndoles comida y artículos de primera necesidad- y de la venta de mezquite, un pequeño arbusto que sirve para las fogatas y que exportan a Estados Unidos, como carbón.
Otro, el que se oculta detrás de los muros que esconden a decenas de migrantes en cuartos muy pequeños, a veces hacinados en habitaciones minúsculas, y para quienes solo hay oportunidad de asomarse muy poco a la calle.
Esperan su turno para intentar vencer al desierto, a la Patrulla Fronteriza y hasta a los grupos de paramilitares que defienden la frontera. Quieren conseguir una mejor vida de la que tenían en sus lugares de origen o reunirse con su familia que ya está en territorio norteamericano.
Nada de eso lo harán si antes no pagan, con dinero o con sangre, la cuota que se les cobra para permitirles el paso hacia su destino final: para unos, el sueño; para otros, la muerte.
Altar, el contacto
Quienes buscan cruzar por el desierto de Arizona deben llegar primero a Altar, Sonora, una población ubicada a 250 kilómetros al norte de Hermosillo, la capital del estado, y todavía 115 kilómetros al sur de la frontera con Estados Unidos.
Ahí, los migrantes hacen sus últimos preparativos antes de la travesía por el desierto. Compran galones de agua, sandalias con suela de alfombra para despistar las huellas en la arena, ropa camuflada o cobijas, si es invierno.
Las mujeres compran dosis extra de anticonceptivos, para evitar un embarazo en caso de que sean violadas; de boca en boca, a través de los años, se comunicó la tragedia: ocho de cada 10 mujeres migrantes que llegan a Altar son violadas.
Hay quien contacta ahí a los polleros o quien llega “ya apalabrado” en una escala previa al cruce.
Desde ahí es el Cártel de Sinaloa, liderado por Joaquín “El Chapo” Guzmán, el que tiene el control. El centro de la comunidad es vigilado, lo mismo por policías que sirven de vigilantes o por grupos de hombres que se transportan en camionetas, armados hasta los dientes.
Muchos migrantes son secuestrados en Altar. Con falsas promesas de que los harán pasar a EU, quienes llegan en tren, en La Bestia, siguen a quien les ofrecen el cruce y un hospedaje para descansar. Lo cierto es que una vez que los tienen en las “casas de huéspedes”, llaman a las familias que estos hombres y mujeres dejaron atrás, para pedirles un rescate.
Reporte Índigo publicó el 19 de junio del 2015 el reportaje “Cargados de injusticia”, sobre las redes del crimen que secuestran a los migrantes en Altar y quienes les ofrecen un “paso libre” a cambio de cruzar una mochila con al menos 35 kilos de droga, con un valor final de más de 700 mil pesos.
No hay manera de que los migrantes salgan de Altar si no pagan una cuota. En el camino hacia Sásabe, el último punto del suelo mexicano, están instaladas casetas que vigilan a quienes pasan hacia la línea fronteriza. Estos puntos son controlados por el Cártel de Sinaloa.
La región de Altar y Sásabe tuvo su clímax en el paso de migrantes entre los años 2003 y 2006; poco a poco, el peligro del desierto hizo que el flujo de personas bajara, pero no que desapareciera del todo.
Tubutama, el paso vigilado
En el camino de Altar a Sásabe, alejado unos cuantos kilómetros de la carretera, está Tubutama, el poblado que hasta hace unos meses vivió la guerra entre el Cártel de Sinaloa y el Cártel de los Beltrán Leyva, que disputaban la plaza.
Aunque hoy está tranquilo, el ambiente era más que hostil. En julio del 2010 se dio un enfrentamiento de más de 12 horas entre ambos grupos, a las afueras de la comunidad, con un saldo de más de 20 muertos; se dice que es el mayor choque que han tenido dos grupos del crimen organizado en México.
Los grupos enfrentados mantenían sitiado el pueblo. Todavía hace unos meses, los delincuentes impedían que llegaran los camiones con comida a Tubutama, intentando que los habitantes salieran del lugar y así poder ejecutar a los rivales en la carretera.
Los migrantes también sufrieron las consecuencias de esta guerra.
A partir del 2008, cuando se declaró la guerra entre ambas organizaciones, no solo subieron las cuotas por el paso por la región, sino se incrementaron los delitos contra los migrantes.
Secuestros, extorsiones y engaños –por prometer el cruce a los migrantes solo para cobrarles, pero dejándolos abandonados en el desierto o ejecutándolos- se convirtieron en el pan de cada día.
Hoy, Tubutama lucha por sacudirse la mala imagen de comunidad peligrosa que tiene en la región; la comunidad es víctima de su ubicación estratégica.
Ese es el paso que deben enfrentar quienes buscan llegar a Estados Unidos; lleno de amenazas en la tierra propia, antes de entrar al desierto.
El sueño más caro
Manuel Alfredo Sánchez es uno de los cientos de migrantes que se encontraban varados en Sásabe, en espera de cruzar a Estados Unidos. No va tras el sueño americano. Manuel ya lo conoció y había regresado a México por amor. Planeaba quedarse en el país, hasta que la salud de su madre le reclamó volver a EU.
A los 14 años, Manuel pasó junto con su familia por el desierto. Lograron el cruce y se asentaron en Nueva York. Él trabajó en la construcción por varios años; estudió idiomas, ganaba bien. Entonces conoció al amor de su vida. Decidió dejarlo todo y volver a la Ciudad de México para vivir con ella. Luego, su mamá cayó enferma de cáncer y quiere volver a Nueva York.
Hizo el trato con los polleros desde la Ciudad de México. Pagó 15 mil pesos por el viaje desde la capital del país hasta Sásabe, Sonora.
“Tú, para que no te moleste nadie, pagas tus 8 mil pesos y puedes estar en la callecita, sales y nadie dice nada. Te dan la oportunidad de que lo intentes cuantas veces quieras. Pero si ya no quieres, para que tú salgas del lugar donde estás, tienes que pagar esa misma cantidad, para que te puedas regresar”.
Los 8 mil pesos incluyen un intento de cruce; cada nuevo intento cuesta mil 500 pesos. Para el joven, la situación en la que se vive en Sásabe es un secuestro.
“No sé qué grupo controla aquí; pero de que nos mantienen checaditos, eso sí”, revela.
Si alguien trata de escapar sin pagar, enfrentará consecuencias fatales. Manuel sabe de primera mano que no es un mito. Todo se los venden a precio de oro. Un refresco o una sopa instantánea pueden alcanzar los 30 pesos; el jabón para bañarse se vende hasta en el triple de su precio normal. Los gastos de una persona que permanece varada en Sásabe son de miles de pesos; el pueblo vive de ese dinero.
Una vez que los migrantes son trasladados a Sásabe, deben esperar la luz verde de quien los va a cruzar. Nadie sabe qué es lo que esperan; quizá sea que saben cuándo “La Migra” no andará cerca o cuando hay luna nueva para que esté más oscuro.
Cualquiera puede pasar varias semanas en esas casas de migrantes sin otra actividad más que esperar. Pocos saben que de un grupo de 10 personas, solo dos o tres conseguirán su objetivo; los otros regresarán o morirán en el desierto.
“El sueño americano sale caro; pero cuando llegas allá, la libertad es lo más bonito, es lo mejor que puedes tener”, expresa Manuel.
Predicar en tierra hostil
Es 12 de diciembre del 2016. El fervor guadalupano también llega hasta Sásabe. Este día habitantes y migrantes se unen en una peregrinación que pasa por las calles principales del pueblo.
No se ve a nadie en las calles, casi todos los negocios están cerrados y todos miran con desconfianza. Aquí le ha tocado predicar a Eduardo López, un sacerdote sonorense que se ocupa de 12 comunidades de esa región. Entre ellas está Sásabe.
Precavido, el cura enfoca su labor en bendecir y dar consuelo a los migrantes que emprenderán el viaje al desierto.
En cada misa, el padre Eduardo hace que la concurrencia pronuncie la oración del migrante, en la que se pide por el bienestar de quienes buscan llegar a EU.
El día de la Virgen de Guadalupe, el padre Eduardo y Francisco Javier Núñez, un misionero que lo asiste, encabezan una peregrinación que visita varios lugares de Sásabe. Llegan a la línea internacional y ahí piden no solo por los migrantes, sino porque haya mejores condiciones de vida para todos y que los políticos procuren el bien común.
Al llegar a una casa de migrantes, pide que le abran la puerta. Los encargados abren con reticencia el zaguán y poco a poco comienzan a asomarse decenas de personas, en su mayoría hombres, que están varados, esperando pasar.
A todos les da la bendición y agachan la cabeza, reciben el agua bendita que les arrojan.
“Para muchos de ellos ésta será la última vez que reciban una palabra de consuelo; el camino que les toca vivir es el más duro y por donde se vea son víctimas de lo que les toca pasar”, dice el cura.
Eduardo y Francisco son testigos de los dos mundos que conviven en Sásabe: el que merece la bendición para acompañar el camino; y el que obra con injusticia y crueldad.