Comúnmente se escucha a madres que dicen que prefieren pasar más tiempo fuera del hogar para no deprimirse “encerradas” en casa. Su refugio: el empleo.
Y si bien compaginar la vida laboral y familiar de forma exitosa es todo un reto, vale la pena hacer el esfuerzo. Porque las mamás que trabajan gozan de una mayor salud mental que las amas de casa.
O al menos esta fue la evidencia arrojada de un análisis de 2012 que Gallup realizó a más de 60 mil mujeres estadounidenses de entre 18 y 64 años.
Para el análisis, se entrevistaron a dos grupos de mujeres: madres desempleadas y con un hijo menor de 18 años en casa –amas de casa–, y madres con empleo que viven con un hijo menor de 18 años (madres empleadas).
En el grupo de amas de casa, se evaluó por separado a las madres que buscaban trabajo y las madres que no estaban involucradas en dicho proceso, para “distinguir entre aquellas que probablemente estaban desempleadas a causa de las circunstancias más que por elección”, explicó el sitio oficial de Gallup.
Y se observó que en ambos grupos, las amas de casa eran más propensas a preocuparse (41 por ciento) que las mamás empleadas (34 por ciento).
También reportaron que experimentaban 19 por ciento más ira y 26 por ciento mayor tristeza que las que trabajaban (14 y 16 por ciento, respectivamente).
Gallup aclara que estos resultados no están asociados a la edad de las madres, porque a pesar de haber considerado este factor, el hallazgo fue el mismo: a las madres empleadas les va mejor emocionalmente que a las que se quedan en casa.
Incluso se encontró que las madres empleadas se ven igual de favorecidas a nivel emocional que las mujeres empleadas, “lo que posiblemente revela que el empleo formal, o quizá el ingreso asociado al mismo, tiene beneficios emocionales para las madres”, agregó el reporte.
Por “mujeres empleadas” se entiende a “aquellas que están empleadas de tiempo completo o medio tiempo y que no tienen un hijo menor de 18 años en casa (…), mujeres que nunca han tenido niños y aquellas cuyos hijos han crecido y ya no viven en casa”, subrayó Gallup.
Y es que destacó el hecho de que las amas de casa eran más propensas a reportar (28 por ciento) que alguna vez se les había diagnosticado depresión que las mamás con empleo (17 por ciento).
Sin embargo, se observó que ni el hogar ni el empleo hicieron gran diferencia en la experiencia del estrés, que era padecido por 50 y 48 por ciento de las amas de casa y mamás empleadas, respectivamente.
El estado anímico que viven las madres desempleadas también está en desventaja frente al de su contraparte.
Las amas de casa eran menos propensas a decir que sonreían o que reían mucho, que aprendieron algo interesante y que experimentaron goce y felicidad que las madres con trabajo.
Pero las amas de casa de bajos ingresos son quienes están en mayor desventaja en todas las medidas anteriores.
Aunque “muchas en este grupo probablemente se están quedando en casa por necesidad económica y no por elección, y tienden a sentirse presionadas por las finanzas apretadas y las demandas de la maternidad”.
Los investigadores concluyen que “mientras que muchas madres se dedican con derecho a la paternidad como una vocación importante y satisfactoria, las que deseen trabajar deben sentirse alentadas por estos datos para hacerlo”.
Por otro lado, “asegurar que las amas de casa se encuentren en buen estado emocional es fundamental no solo por el bien de estas madres, sino también por el bien de sus hijos y el bienestar de las familias”.