Hay menores que invierten el tiempo de ocio en actividades recreativas, culturales y deportivas. Y otros deciden “jugar” a ser secuestradores.
Y se lo toman muy en serio. El perfil de la víctima, por supuesto, debe ser una persona que se muestre vulnerable como es el trágico caso del pequeño Christopher Raymundo Márquez Alvarado, quien falleció en manos de cinco adolescentes.
Márquez Alvarado terminó atado, golpeado, acuchillado y enterrado bajo maleza y los restos de un animal muerto.
En el supuesto “juego” de secuestro, dos adolescentes de 15 años, dos mujeres de 13 y un joven de 12, en el municipio de Aquiles Serdán, en Chihuahua, apuntaron a una especie de simulacro que “se les salió de las manos”, por lo que para evitar las consecuencias de sus actos, terminaron con la vida del niño. Caso cerrado.
Para la Dra. Mónica Moreno, médico psiquiatra y paidopsiquiatra por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), el análisis de los hechos deja entrever que “claramente no fue un acto impulsivo, donde agarran al niño, lo empujan y muere”, lo que considera una situación “sumamente grave y delicada”.
Y es que “no fue una consecuencia del juego”, expresa Moreno en entrevista para Reporte Indigo. “Invitan al niño (…), se lo llevan con una mentira (lo invitaron a ‘recoger leña’), desde ahí hay un acto premeditado”.
Mi héroe, el narco
Un problema social que influye es que “en la actualidad los dos padres tienen que trabajar. Por lo general los hijos se quedan solos. Y a veces usamos la televisión como si fuera la nana o la cuidadora y no es lo correcto”, dice Moreno, quien enfatiza en que, aunado a un entorno social violento, un elemento clave que afecta el desarrollo de los adolescentes es la pobre o nula vigilancia de los padres o los cuidadores.
“El problema no es que exista el Internet, sino quiénes tenemos acceso y a qué cosas”, subraya. Entre ejecuciones, torturas –y cómo torturar a otros– y otras escenas violentas disponibles en video en la Web, “no hay un filtro hacia lo que los menores pueden ver”.
Un grave problema, considerando que, a diferencia de un adulto que “se supone que ya tiene un criterio para manejar la información que observa, un niño adolescente apenas lo está formando”.
No sorprendería, entonces, que un adolescente quiera “jugar” a ser secuestrador.
Como señala una publicación de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM): “(…) el narcotráfico está teniendo un impacto cultural sobre niños y niñas, ya que la identidad cultural de muchos de ellos se está transformando, en querer ser el líder de grupo criminal, en exaltar los actos de los narcotraficantes, y en querer emularlos”.
El texto, titulado “Infancia y conflicto armado en México”, cita al doctor en ciencias sociales con especialidad en sociología y profesor-investigador del Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte, José Manuel Valenzuela, quien apuntó en una entrevista para REDIM en 2010 que “las figuras que representan la dimensión ética de la sociedad se encuentran deterioradas y no hay una correspondencia entre los valores éticos y el reconocimiento social, en los ojos de muchos niños y niñas no hay diferencia cualitativa entre el policía y el narcotraficante”.
“Recuerdo cuando era un adolescente, nuestros modelos a seguir eran doctores, ingenieros (…), personas que estudiaban, personas que eran alguien. Ahora, los niños miran más a los criminales –criminales exitosos como modelos a seguir”, dijo a NPR en 2012 “Mauricio”, docente de una escuela privada del país y quien por miedo a represalias pidió que no se utilizara su apellido o el nombre del colegio.
Son las secuelas que la narcoviolencia ha dejado en uno de los estados que hasta hace unos años concentraba el mayor índice de violencia en el país.
Según datos oficiales de 2010 citados por REDIM, la tasa de mortalidad por homicidio en la población en adolescentes de 15 a 17 años fue de 130 muertes por cada 100 mil habitantes, casi 10 veces mayor a la media nacional.
El factor crianza
“La víctima era mucho menor que los demás (…). El hecho de tener tanta diferencia de edad, se le ponía en una situación de mucha vulnerabilidad”, lo que “también habla de una premeditación”, agrega Moreno.
No se trató de un grupo de cinco amigos que decidieron jugar al secuestro, “sino que buscaron a una persona que fuera mucho más débil que ellos para poder llevar a cabo este simulacro que ellos llaman juego, donde obviamente las consecuencias fueron muy graves”.
Y aquí entra el factor crianza como uno de los focos rojos a los que se debe prestar atención a la hora de reflexionar sobre el porqué de los hechos y cómo el entorno en el que se desarrollan los niños incide en el comportamiento de los mismos.
Moreno considera que el hecho de que los jóvenes optaron por seguir agrediendo a la víctima hasta la muerte, en lugar de pedir ayuda cuando el “juego” (supuestamente) se les salió de control, refleja “esta parte de no tener claras las consecuencias de mis actos, saber que me puedo permitir hacer cualquier cosa, no importa hasta dónde llegue”, que en realidad “no son conductas que se dan en un día, sino que se van generando a lo largo de los años a través de las situaciones que les permiten dentro y fuera de casa”.
Los agresores “(…) se atrevieron a hacer más y más para ocultar lo que estaba pasando y no enfrentar las consecuencias de sus actos, se habla de que lo enterraron (a la víctima), pusieron un animal muerto, ahí estamos hablando de una conducta deliberada para ocultar mis actos”, explica.
“Yo sé que mis actos no son muy positivos, sino muy negativos, entonces los voy a ocultar para que nadie se dé cuenta, para no pagar las consecuencias (…)”, añade.
Moreno concluye que son un cúmulo de factores los que entran en juego al considerar qué es lo que puede llevar a un adolescente a perpetrar actos de violencia como los que costaron la vida al pequeño Christopher.
Desde el factor crianza y un entorno social impregnado de violencia, hasta “la parte biológica de cada uno de estos niños, desde cómo nacen, si ya traen una alteración, un trastorno (de la conducta)”.
Este último factor, como la crianza, no es algo que se da de la noche a la mañana. “Es un trastorno que se va construyendo a lo largo de los años”.
Y los padres son responsables de identificar –no diagnosticar– signos de alerta en la conducta de sus hijos, y acudir con un especialista.
Desde un punto de vista psicológico, dice Moreno, “los niños no se acuestan sanos y se levantan enfermos”.