La ciencia ha dejado claro que los niños que crecen en condiciones adversas son más vulnerables a desarrollar trastornos mentales cuando maduran y llegan a la edad adulta.
Toda la evidencia a la fecha apunta a que “en los primeros años de vida, el cerebro se desarrolla a un ritmo sin precedentes”, señala Pia Britto, profesora del Centro de Estudios Infantiles de la Universidad de Yale, en un post publicado el mes pasado en el sitio Web del Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (UNICEF).
“Este periodo crucial sienta las bases para el resto de sus vidas y puede establecer un camino hacia la creación de sociedades más sustentables”, enfatiza la también Asesora Principal y Jefa de la Unidad de Desarrollo Infantil Temprano de UNICEF.
La especialista reconoce el papel fundamental de la nutrición y la alimentación en la salud y el bienestar del bebé. Pero a estas necesidades básicas se le debe sumar, además, un entorno de crianza óptimo que favorezca el desarrollo cerebral del niño.
“(…) qué pasa con la estimulación? ¿Y un sentido de seguridad? ¿Qué decir del amor?”, pregunta Britto. “La privación que se deriva de la falta de cuidado y crianza, la exposición a la violencia doméstica, el abuso y los efectos de vivir en la guerra pueden tener efectos tan dañinos sobre el desarrollo del cerebro como la falta de alimento”.
De hecho, el año pasado la Escuela de Medicina de la Universidad Washington reportó que el estrés crónico y la ansiedad que sufren los niños criados en un entorno de pobreza –en respuesta a la falta de apoyo, cuidado y atención por parte de los padres– afectaba las áreas de su cerebro asociadas con la memoria, las emociones y el aprendizaje.
Durante la infancia temprana “las neuronas forman nuevas conexiones a una velocidad de 700 a mil por segundo”, explica Britto, quien atribuye a la neurociencia el cambio que se está produciendo en el significado de “desarrollo infantil temprano”.
Britto alude a estrategias como el “Cuidado para el Desarrollo Infantil”, un programa desarrollado por UNICEF y la Organización Mundial de la Salud (OMS) que, además de educar a los padres sobre una buena nutrición, apoya a los mismos para “(…) que interactúen con sus hijos, mientras los incentivan a ser sensibles, y a que estimulen el idioma y aprendizaje”.
“La infancia temprana es un momento crítico. Cuando el cerebro no puede obtener lo que necesita, el daño está hecho”, advierte. “Si no somos capaces de tomar medidas en estos primeros años, no podemos tener una segunda oportunidad”.