Fumadores pasivos… y sordos

Los fumadores pasivos, especialmente los niños, son uno de los grupos más afectados por los efectos nocivos del tabaco.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), el tabaco mata a casi 6 millones de personas cada año. 

De los decesos, más de 600 mil corresponden a fumadores pasivos. De hecho, más del 40 por ciento de los niños vive en hogares donde al menos un progenitor fuma. 

Eugenia Rodríguez Eugenia Rodríguez Publicado el
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Los fumadores pasivos, especialmente los niños, son uno de los grupos más afectados por los efectos nocivos del tabaco.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), el tabaco mata a casi 6 millones de personas cada año. 

De los decesos, más de 600 mil corresponden a fumadores pasivos. De hecho, más del 40 por ciento de los niños vive en hogares donde al menos un progenitor fuma. 

En 2004, los niños representaron 28 por ciento de las muertes por exposición indirecta al humo del tabaco, lo que los hace más propensos a sufrir complicaciones como asma, el síndrome de muerte súbita (o muerte de cuna) y un daño irreversible en las arterias.

Además, los niños que son fumadores pasivos también tienen mayor predisposición a presentar infecciones de oído, que se pueden resolver con medicamentos, como una otitis media, y daños en el oído interno que provocan la pérdida auditiva. 

Una que no tiene cura, pero que se puede tratar con auxiliares auditivos y terapia, explicó en entrevista para Reporte Indigo, el Dr. Gonzalo Corvera, Director del Instituto Mexicano de Otología y Neurotología (IMON). Pero si el problema no se diagnostica y se trata de forma oportuna, la sordera es permanente. 

Y esto “impacta el desarrollo del potencial del niño”, apuntó Corvera. “(…) en general, la inteligencia que puedes desarrollar depende mucho de los estímulos a los que estás expuesto. Y un estímulo muy importante es el auditivo”. 

La nicotina bloquea los vasos sanguíneos, lo que afecta “el aporte de la sangre a los órganos del cuerpo, y el oído es de los que más necesita sangre, que más usa energía”. 

La pérdida auditiva “es muy insidiosa. No es que uno sienta que escuche menos. Comienzas a escuchar una cosa por otra. Los niños pequeños no aprenden a hablar igual de bien (…) balbucean cuando crecen pero no empiezan a formar palabras”. 

En un grado menor, la pérdida auditiva “es muy silente”, dijo. “El niño sí escucha y sabe de lo que estás hablando y voltea, pero no empieza a hablar”. 

Por ello, Corvera enfatizó la importancia de que los niños se sometan a una prueba de audición al nacer, repetir la misma al primer año, “sino es que a los seis meses”, y al cursar preprimaria y primaria. Y así sucesivamente, “porque si no, no te das cuenta”. 

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