Mujeres ‘gritan’ por su libertad
A través del teatro, Arturo Morell busca cambiar la vida de personas privadas de su libertad para lograr una verdadera reinserción social; en el montaje Alquimia y Transmutación, reflexionan sobre la libertad, el ser mujer, la cárcel y la esperanza
José Pablo Espíndola“Somos brujas, somos herejes. Naturaleza pecadora. Nuestro peor pecado es nacer mujer”, gritan al unísono seis señoras, mientras le reprochan a la iglesia todas las muertes que provocó la Santa Inquisición, una institución que “es dirigida sólo por hombres, porque las mujeres somos de un nivel inferior, no somos iguales, nunca lo hemos sido”.
En lo que parece ser una misa, se está viviendo “la noche de San Juan, la noche más larga del año”, en la que las mujeres tendrán la oportunidad de sanar sus almas en el fuego purificador del señor.
Entre oscuridad y niebla, las Catacumbas del Mesón de San Antonio, Guanajuto, se vuelven el escenario perfecto para que Lucía García de la Riva, Eréndira González Montemayor, Aurora Hernández Pérez, Irma Martínez Palafox, Esther López Silva y una celadora, personajes de la obra Alquimia y Transmutación, reflexionan sobre la libertad, el ser mujer, la cárcel y la esperanza.
Al inicio del montaje el público es parte de la trama, las actrices caminan entre los presentes que se encuentran de pie, les hablan a los ojos, los señalan y reclaman. “Tú no conoces mi historia y ya me estás juzgando”, dice una de ellas, antes de que una celadora llegue y corte la escena para indicar que todo se trataba de un ensayo dentro de una prisión.
Lucía, Eréndira, Aurora, Esther e Irma son presas que comparten sus vivencias llenas dolor, angustia y esperanza. Dentro del infierno que viven, su única ilusión es una obra de teatro que están preparando sobre la dualidad entre “Aldonza de Lorenzo” y “Dulcinea del Toboso”, personajes de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Las reclusas cantan, las letras las empoderan, las llenan de orgullo. Toman el coraje de la vida, de la injusticia y lo transforman en melodías que se vuelven himnos de batalla. “Luchar contra la puta que gobierna en mi interior. Me dejaron cicatrices en el alma, no me importaría tenerlas en mi piel. Atacaron donde más me lastimaban, pero mientras respiremos hay esperanza”, dice una de las canciones que interpretan.
De acuerdo con Arturo Morell, autor y director de la obra teatral, las historias que se presentan en escena están inspiradas en múltiples vivencias reales que él ha podido conocer a lo largo de los 15 años que lleva su proyecto “Un grito de libertad”, que busca transformar la vida de las personas privadas de su libertad física en un Centro de Reinserción Social, a través del teatro.
Los personajes de Alquimia y Transmutación se asumen como “Aldonzas”, fuertes, crueles y sin culpa, pero en el fondo buscan que las vean como “Dulcineas, hermosas, listas y amadas. Cada una de ellas cuenta el motivo que la llevó a perder su libertad.
Lucía asegura que está presa por confiar en el amor y por su avaricia. Fue condenada a 493 años de cárcel. Reconoce que su corazón se está apagando, que fue abusada y pisoteada, sin poder hablar. Eréndira está presa por un fraude. Su marido e hijo la inculparon. “Yo era Doña”, asegura.
A Esther la encarcelaron cuando su hijo tenía 8 meses, ahora tiene 9 años y no sabe nada de él ni su color favorito. La angustia pensar que lo tratan mal por ser hijo de una criminal. Por su parte, Irma está embarazada, su novio no la ha ido a visitar y afirma que “no es justo que un hijo nazca en la cárcel”.
Historias como las de ellas hay muchas en México, de mujeres inculpadas, que antes de llegar a algún cárcel, ya eran presas de la sociedad, de las etiquetas, de los roles que se espera que cumplan.
Al final, la coraza se les cae, y se dan cuenta que por mucho tiempo, desde la Inquisición, las mujeres se han atacado entre ellas. Juzgado, recriminando y señalado porque así se les ha educado, pero, dicen, ya no más. Los colores llegan a su vida y logran por fin verse como “Dulcineas”.
“Lo que ocurre es Alquimia y Transmutación, lo que hacemos es juntar las energías de diferentes mujeres, cada una tiene una historia muy fuerte. Primero empezamos a sanar con la compañía, con la experiencia que hemos tenido con las chicas, nutrirnos de todas las vivencias, tratar de transmitir esas experiencias con el público, para juntos valorar lo que tenemos, que es la libertad”, dice Morell.
Para que el grito no pare
El director afirma que ha conocido a más de 3 mil personas privadas de la libertad en 10 cárceles durante los 15 años que lleva su proyecto.
“Todo este tiempo ha sido complicado, depende mucho de las autoridades, cuando ha habido autoridades penitenciarias sensibles y humanistas podemos avanzar mucho más. A mí me interesa el teatro que transforma, porque son experiencias de vida lo que hacemos”, asegura Morell.
Alquimia y Transmutación tuvo su estreno mundial en la edición XLVI del Festival Internacional Cervantino y contó con la participación de tres chicas que fueron parte del proyecto social.
“Creo que la música ayuda a sanar, entonces lo primero que escribí de la obra fue un verso, el primer coro de la primera canción. Buscaba que detrás de la música, una canción sintetizara las historias de lo que es escuchado de muchas mujeres”, comparte.
Actualmente su compañía teatral cuenta con 40 personas liberadas, es la más grande de toda Iberoamérica. Dice que la idea es hacer montajes espejo, es decir, montar lo mismo fuera y dentro de los Centros de Reinserción Social, para cuando salgan las personas de prisión se puedan integrar a la compañía teatral.
“La idea es que en la Ciudad de México podamos hacer temporada. Cuando hemos hecho ensayos en cárceles, es como una catarsis impresionante porque se identifican mucho con las historias”. Señala Morell.
Para él, la experiencia teatral como un hecho vivo te toca las fibras directamente, sin duda te puede entretener, divertir, pero para Morell lo más importante es que te puede sanar.
Y agrega que es necesario que la gente pueda salir de la cárcel con la frente en alto y que no le pongan una estigma de “ya fuiste preso y ya eres de otra clase”, porque no sólo provoca un daño personal, sino a todo su entorno”.